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En junio de 1986, Juan Pedro Martínez Gómez y sus padres sufrieron un accidente con el camión cisterna repleto de ácido en que viajaban. El matrimonio murió en el acto, pero el cuerpo del menor, de 10 años, nunca ha sido encontrado, la familia llegó a contratar a un detective privado.

Se llama Juan Pedro Martínez Gómez, un nombre que quizá no les diga nada. Pero es el protagonista de uno de los mayores misterios de la historia reciente de España: el caso del niño perdido de Somosierra. Un asunto que llegó a ser calificado por Interpol como «la desaparición más extraña de Europa».

Siete de la tarde del 24 de junio de 1986. El pequeño, de 10 años, sube con sus padres, Andrés y Carmen, a la cabina del camión Volvo F-12 adquirido no hacía mucho por 5 millones de pesetas. La granja que había montado el cabeza de familia no había resultado un buen negocio y Andrés tuvo que volver a la carretera. Aquel día de San Juan, salieron de su Fuente Álamo natal (Murcia) para trasladar 25.000 litros de ácido sulfúrico hasta Bilbao, en una cisterna que no era propiedad del camionero, un detalle que luego cobraría bastante importancia. Juan Pedro acompaña a sus padres pues ha acabado con buenas notas el curso escolar. El premio, viajar hasta el norte y recorrer el País Vasco. Pero la ilusión se tornó en tragedia.

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Cassettes y ropas infantiles

Porque, sobre las 5 de la madrugada y tras varias paradas registradas en el tacómetro del camión que siempre han resultado sospechosas para los investigadores, el vehículo se empotra a la altura del kilómetro 94,400 de la N-1. Cuando la Guardia Civil llega al lugar, encuentra entre el amasijo de hierros los cadáveres de Andrés Martínez y Carmen Gómez, ya deteriorados por el vertido del ácido sulfúrico fumante (óleum).

Los agentes no saben aún que con ellos viajaba un niño. Lo descubrirían cuando la abuela del crío les preguntara, entre lágrimas: «¡Por favor, díganme que al menos mi nieto se encuentra bien!». Los guardias entendieron entonces por qué en el interior de la maltrecha cabina había cassetes y ropa infantiles.

¿Disuelto en ácido?

Así comenzó el rastreo en busca de Juan Pedro, en el que participaron efectivos policiales, perros adiestrados y todos los medios posibles de la época. Un experto del Departamento de Química del CSIC apuntó la posibilidad de que a Juan Pedro se hubiera disuelto en el ácido.

Pero este extremo quedó descartado al comprobarse que el efecto del óleum durante el tiempo que transcurrió entre el accidente y la llegada de la Benemérita hubiese dejado, al menos, restos óseos del pequeño.

Llevaban un alijo de heroína

Se desmontó lo que quedó del vehículo prácticamente pieza a pieza y se trasladó a un depósito de Cartagena. Un año después, se descubrieron restos de heroína en una «caleta» (hueco) del camión.

La familia denunció entonces que Andrés llevaba semanas recibiendo amenazas de unas supuestas mafias que le exigían que trabajara para ellos como transportista de droga. Y que el hecho de que el niño acompañara a sus padres pudo responder más a un intento del matrimonio de protegerle llevándolo consigo que a un premio escolar.

Coincidía esa hipótesis con que la cisterna no fuera propiedad de los Martínez Gómez. No eran más que supuestos e indicios, pero ninguna prueba.

Durante la investigación también trascendió que algunos testigos aseguraron que habían visto, en el momento del accidente, a un hombre y una mujer salir de una furgoneta, en la que esperaba otra mujer de avanzada edad. Y que podrían haberse llevado al niño.

La familia: «Lo secuestraron»

La familia (que llegó a contratar a un detective privado de Barcelona), sin embargo, mantiene que fue secuestrado antes: tras el refrigerio que tomaron en el mesón Aragón, de Cabanillas de la Sierra, y el momento del accidente, en una de las doce extrañas paradas registradas en el tacómetro.

La última fue la más larga, de medio minuto, y a partir de ahí Andrés aceleró hasta alcanzar los 120 kilómetros por hora en pleno puerto de sierra y perder el control. Según esta teoría, fue en esos 30 segundos donde se sustrajo al menor y, por tanto, ya no viajaba en el camión en el momento de la terrible colisión.

La pista de la autoescuela

Los guardias contaron incluso con el testimonio del dueño de una autoescuela del centro de Madrid que, en 1987, aseguró que una anciana ciega iraní entró en su negocio preguntando por la ubicación de la Embajada de Estados Unidos. La acompañaba, a modo de lazarillo, un niño de 10 u 11 años, que hablaba con acento parecido al andaluz y parecía desorientado.

El encargado del establecimiento juró y perjuró que el crío era Juan Pedro y que la invidente podría ser la mujer mayor que esperaba en la Nissan Vanette apuntada por unos testigos en el lugar del siniestro, pero nada se supo de esa pista. Ni de ninguna otra.

Han pasado 29 años y quizá Juan Pedro ahora ande cerca de la cuarentena, viviendo una vida que no iba a ser la suya, con otra identidad y en otro país. O no.

CARLOS HIDALGO

El Diario Vasco

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